ENERO- JUNIO DE 2005
 
   
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consejos de puericultura y de pedagogía dispensados antes de 1880 por madres de familia, comadronas y médicos rurales en forma de un arte de la vida, se convirtieron desde entonces en monopolio exclusivo de los pediatras (especialistas que poseían un saber teórico dispensado con autoridad). Los saberes sobre la crianza pasaron de la comunidad y la familia a la institución y les fueron devueltos en forma enajenada (como saberes impuestos y extraños a ellos), mediante obras de vulgarización médica que ocuparon el lugar que antes tenían los libros de religión. Esos saberes médico-pedagógicos - correctivos del individuo y de su normalización-, se multiplicaron en las instituciones de fines del siglo XIX, asumiendo cada vez más una dimensión política; fue así como entramos en un período en que ya no se propondrá a las poblaciones un arte de vivir sino que se impondrán reglas de vida. (Manonni, 1973: 47-48)

En el antiguo régimen, el poder del soberano se sustentaba en su derecho de matar; se trataba de hacer morir y dejar vivir. Pero a partir del siglo XVII, se dio paso a un biopoder en que el cuidado de la vida y de la salud de la población ocupó un lugar cada vez más importante en los cálculos del Estado, expresado en la fórmula inversa: hacer vivir y dejar morir. Este control de la producción y reproducción de la vida era necesario para el buen funcionamiento del sistema capitalista, a fin de ligar al hombre al trabajo, convirtiendo su cuerpo y su tiempo en fuerza laboral transformada en plusganancia. Quienes le proporcionaron las técnicas políticas y de poder para hacer esto posible, fueron los biosaberes -la táctica militar, la medicina, la psicología, la educación y la pedagogía-, que se venían conformando desde los siglos XVII y XVIII, como un conjunto de procedimientos y recetas a fin de capacitar al humano para recibir órdenes a las que responder inmediatamente sin
cuestionar (Foucault,1975:139-198). Desde entonces, las clases dominantes comienzan a explotar a otros grupos humanos como si fueran naturaleza exterior: los compran y venden, los utilizan como objetos sexuales, los usan como medios, los adiestran y les hacen difícil la transmisión de sus lenguas (Sloterdijk,1993: 53 y 56). En el siglo XX, el Estado nazi evidenció una absolutización del biopoder de controlar la natalidad y la mortalidad regulado por las leyes raciales; se trataba ahora de hacer vivir y hacer morir. Los campos de concentración fueron fábricas de cadáveres, en que el exterminio fue una especie de producción en masa y a bajo costo de una muerte trivial, burocrática y cotidiana. Allí sólo se producían cadáveres, por eso la esencia de la muerte le estaba vedada al hombre. Se trató de un experimento biopolítico que decidía quién podía vivir y quién debía morir, en que el hombre dejó de ser humano, pues la imposibilidad de elección reducía a víctimas y verdugos a ser máquinas biológicas que sólo obedecían órdenes (Agamben,1999: 53-89)

En el régimen biopolítico ya no circulan socialmente conocimientos sobre la crianza sino que se imponen pautas de crianza a seguir para controlar el cuerpo/psique del niño. Fue así como la educación disciplinar impuesta en la Ilustración de los siglos XVII y XVIII para convertir a los niños en seres razonables y cristianos, se desplazó hacia una educación biopolítica para convertir a los niños y a sus criadores en seres en los que sólo subsistan automatismos a los que responder sin cuestionar. En el siglo XXI esto se hace palpable en los programadores neuroligüísticos, quienes modifican el comportamiento anormal del niño cambiándole un chip lingüístico por otro, lo que nos está haciendo funcionar cada vez más como operadores sistémicos de las máquinas (Roitman, 2003). Sin embargo, a inicios del siglo XX,