consejos
de puericultura y de pedagogía dispensados antes de 1880
por madres de familia, comadronas y médicos rurales en forma
de un arte de la vida, se convirtieron desde entonces en monopolio
exclusivo de los pediatras (especialistas que poseían un
saber teórico dispensado con autoridad). Los saberes sobre
la crianza pasaron de la comunidad y la familia a la institución
y les fueron devueltos en forma enajenada (como saberes impuestos
y extraños a ellos), mediante obras de vulgarización
médica que ocuparon el lugar que antes tenían los
libros de religión. Esos saberes médico-pedagógicos
- correctivos del individuo y de su normalización-, se multiplicaron
en las instituciones de fines del siglo XIX, asumiendo cada vez
más una dimensión política; fue así
como entramos en un período en que ya no se propondrá
a las poblaciones un arte de vivir sino que se impondrán
reglas de vida. (Manonni, 1973: 47-48)
En el antiguo régimen, el poder del soberano se sustentaba
en su derecho de matar; se trataba de hacer morir y dejar vivir.
Pero a partir del siglo XVII, se dio paso a un biopoder en que el
cuidado de la vida y de la salud de la población ocupó
un lugar cada vez más importante en los cálculos del
Estado, expresado en la fórmula inversa: hacer vivir y dejar
morir. Este control de la producción y reproducción
de la vida era necesario para el buen funcionamiento del sistema
capitalista, a fin de ligar al hombre al trabajo, convirtiendo su
cuerpo y su tiempo en fuerza laboral transformada en plusganancia.
Quienes le proporcionaron las técnicas políticas y
de poder para hacer esto posible, fueron los biosaberes -la táctica
militar, la medicina, la psicología, la educación
y la pedagogía-, que se venían conformando desde los
siglos XVII y XVIII, como un conjunto de procedimientos y recetas
a fin de capacitar al humano para recibir órdenes a las que
responder inmediatamente sin cuestionar
(Foucault,1975:139-198). Desde entonces, las clases dominantes comienzan
a explotar a otros grupos humanos como si fueran naturaleza exterior:
los compran y venden, los utilizan como objetos sexuales, los usan
como medios, los adiestran y les hacen difícil la transmisión
de sus lenguas (Sloterdijk,1993: 53 y 56). En el siglo XX, el Estado
nazi evidenció una absolutización del biopoder de
controlar la natalidad y la mortalidad regulado por las leyes raciales;
se trataba ahora de hacer vivir y hacer morir. Los campos de concentración
fueron fábricas de cadáveres, en que el exterminio
fue una especie de producción en masa y a bajo costo de una
muerte trivial, burocrática y cotidiana. Allí sólo
se producían cadáveres, por eso la esencia de la muerte
le estaba vedada al hombre. Se trató de un experimento biopolítico
que decidía quién podía vivir y quién
debía morir, en que el hombre dejó de ser humano,
pues la imposibilidad de elección reducía a víctimas
y verdugos a ser máquinas biológicas que sólo
obedecían órdenes (Agamben,1999: 53-89)
En el régimen biopolítico ya no circulan socialmente
conocimientos sobre la crianza sino que se imponen pautas de crianza
a seguir para controlar el cuerpo/psique del niño. Fue así
como la educación disciplinar impuesta en la Ilustración
de los siglos XVII y XVIII para convertir a los niños en
seres razonables y cristianos, se desplazó hacia una educación
biopolítica para convertir a los niños y a sus criadores
en seres en los que sólo subsistan automatismos a los que
responder sin cuestionar. En el siglo XXI esto se hace palpable
en los programadores neuroligüísticos, quienes modifican
el comportamiento anormal del niño cambiándole un
chip lingüístico por otro, lo que nos está haciendo
funcionar cada vez más como operadores sistémicos
de las máquinas (Roitman, 2003). Sin embargo, a inicios del
siglo XX,
|
|