ENERO- JUNIO DE 2005
 
   
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homo sapiens en zoon politikon (Sloterdijk,1993:45) En su forma moderna, fue Rousseau (1712-1778) quien continuó esta reflexión, planteando que todo es bueno al salir de las manos del Autor de las cosas, todo se degenera en las manos del hombre (Rousseau, 1762: XIII), premisa que permitió el desarrollo de una mitología de la infancia pura que había que salvar de la contaminación de los adultos, concediendo mayor importancia a la formación del carácter que a la instrucción, por lo que la educación no era para convertir a los niños en sabios, sino para que aprendieran a aprender. Un siglo más tarde, en Alemania, el Dr. Daniel Gottlieb Moritz Schreber (1808-1861) volvió a preguntarse por el sentido de la educación, proponiendo como postulado básico que la naturaleza es mala, y elaborando reglas de crianza basadas en una disciplina sin fallas, mediante una conducta técnica y autoritaria. Schreber era un especialista que encarnaba el saber científico con poder de curar; para ejercer ese poder era necesario un paciente capaz de sumisión total (que se adquiere por un entrenamiento físico y moral desde los primeros meses de vida), lo que permitía que en caso de enfermedad el niño fuera salvado de la muerte. De esta forma, creó un ideal de niño que adopta voluntariamente ser sometido a quien le salva y rige su vida/cuerpo/psique, porque de lo contrario, estaría renunciando a la vida.

Este discurso se convirtió en fundamento de la conducta científica de miles de padres, educadores y médicos de la época que leyeron sus numerosas publicaciones, en las que plasmó sus principios educativos, a saber: 1.- El niño es malo por naturaleza. Por eso hay que someterlo a un adiestramiento moral y físico, alternando abluciones de agua fría(terror) y caliente (seducción) desde los tres meses de nacido. 2.- El niño debe
aprender precozmente el arte de la renuncia. Desde el primer año hay que provocar un deseo en el niño para negárselo luego, a fin de suprimir el deseo para que sólo subsistan automatismos. 3.- El adulto debe adquirir un dominio no sólo sobre las tendencias del niño sino también sobre su cuerpo. Para ello desarrolló una gimnasia médica y diversos aparatos ortopédicos (el Geradhalter para obligarlos a sentarse derechos, o el Kopfhalter para impedir que inclinaran la cabeza). Schreber probó estos métodos y aparatos con sus dos hijos, uno de los cuales se suicidó y el otro se volvió loco (Schatzman, 1973).

Este terrorismo pedagógico schreberiano es compatible con gran parte del pensamiento del siglo XIX. Mucha gente creía entonces -y algunos siguen creyendo-, que cuando la pasión nos mueve a actuar nuestros actos no son libres, por eso, debemos resistirla con nuestra voluntad. Sólo la razón nos guía hacia la verdadera libertad, distinta del capricho, obedeciendo las leyes morales (Schatzman, 1973: 29). Schreber consideraba responsabilidad del médico investigar las condiciones de la naturaleza en las que se basan la vida y el bienestar físico y espiritual del organismo humano y del organismo del Estado. Aplicando la analogía biológica al Estado, trató de anexar al terreno de la política el dominio de la ciencia médica, mediante una especie de imperialismo médico, que consideraba que las clases inferiores, si no se educaban en el ennoblecimiento de la vida conforme a la razón, la naturaleza y la fortaleza moral, eran tumores en el cuerpo del Estado (Schatzman, 1973: 174-175). Ochenta años después, los nazis pusieron en práctica estas ideas con la industrialización de la matanza2 en nombre de la higiene y salud de la raza. El pensamiento scheberiano anu
nciaba una época en que las instituciones escolares y médicas tomarían el poder ideológico a fin

2 León Bendesky. “60 años”. La Jornada. México. 31 de enero de 2005