homo
sapiens en zoon politikon (Sloterdijk,1993:45) En su forma moderna,
fue Rousseau (1712-1778) quien continuó esta reflexión,
planteando que todo es bueno al salir de las manos del Autor de
las cosas, todo se degenera en las manos del hombre (Rousseau, 1762:
XIII), premisa que permitió el desarrollo de una mitología
de la infancia pura que había que salvar de la contaminación
de los adultos, concediendo mayor importancia a la formación
del carácter que a la instrucción, por lo que la educación
no era para convertir a los niños en sabios, sino para que
aprendieran a aprender. Un siglo más tarde, en Alemania,
el Dr. Daniel Gottlieb Moritz Schreber (1808-1861) volvió
a preguntarse por el sentido de la educación, proponiendo
como postulado básico que la naturaleza es mala, y elaborando
reglas de crianza basadas en una disciplina sin fallas, mediante
una conducta técnica y autoritaria. Schreber era un especialista
que encarnaba el saber científico con poder de curar; para
ejercer ese poder era necesario un paciente capaz de sumisión
total (que se adquiere por un entrenamiento físico y moral
desde los primeros meses de vida), lo que permitía que en
caso de enfermedad el niño fuera salvado de la muerte. De
esta forma, creó un ideal de niño que adopta voluntariamente
ser sometido a quien le salva y rige su vida/cuerpo/psique, porque
de lo contrario, estaría renunciando a la vida.
Este discurso se convirtió en fundamento de la conducta científica
de miles de padres, educadores y médicos de la época
que leyeron sus numerosas publicaciones, en las que plasmó
sus principios educativos, a saber: 1.- El niño es malo por
naturaleza. Por eso hay que someterlo a un adiestramiento moral
y físico, alternando abluciones de agua fría(terror)
y caliente (seducción) desde los tres meses de nacido. 2.-
El niño debe aprender
precozmente el arte de la renuncia. Desde el primer año hay
que provocar un deseo en el niño para negárselo luego,
a fin de suprimir el deseo para que sólo subsistan automatismos.
3.- El adulto debe adquirir un dominio no sólo sobre las
tendencias del niño sino también sobre su cuerpo.
Para ello desarrolló una gimnasia médica y diversos
aparatos ortopédicos (el Geradhalter para obligarlos a sentarse
derechos, o el Kopfhalter para impedir que inclinaran la cabeza).
Schreber probó estos métodos y aparatos con sus dos
hijos, uno de los cuales se suicidó y el otro se volvió
loco (Schatzman, 1973).
Este terrorismo pedagógico schreberiano es compatible con
gran parte del pensamiento del siglo XIX. Mucha gente creía
entonces -y algunos siguen creyendo-, que cuando la pasión
nos mueve a actuar nuestros actos no son libres, por eso, debemos
resistirla con nuestra voluntad. Sólo la razón nos
guía hacia la verdadera libertad, distinta del capricho,
obedeciendo las leyes morales (Schatzman, 1973: 29). Schreber consideraba
responsabilidad del médico investigar las condiciones de
la naturaleza en las que se basan la vida y el bienestar físico
y espiritual del organismo humano y del organismo del Estado. Aplicando
la analogía biológica al Estado, trató de anexar
al terreno de la política el dominio de la ciencia médica,
mediante una especie de imperialismo médico, que consideraba
que las clases inferiores, si no se educaban en el ennoblecimiento
de la vida conforme a la razón, la naturaleza y la fortaleza
moral, eran tumores en el cuerpo del Estado (Schatzman, 1973: 174-175).
Ochenta años después, los nazis pusieron en práctica
estas ideas con la industrialización de la matanza2 en nombre
de la higiene y salud de la raza. El pensamiento scheberiano anunciaba
una época en que las instituciones escolares y médicas
tomarían el poder ideológico a fin
2
León Bendesky. “60 años”. La Jornada.
México. 31 de enero de 2005
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