ENERO- JUNIO DE 2005
 
   
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con la tendencia de los nobles y los burgueses (clase social en ascenso gracias a la gradual consolidación del sistema capitalista) a distinguirse de los villanos, separando sus costumbres, fiestas, juegos, vestimenta y alimentación. Antes de esta “distinción”, los mismos juegos eran comunes a todas las edades y a todas las condiciones sociales, porque las diversiones eran un medio para estrechar sus vínculos colectivos y expresaban la vitalidad de la comunidad; pero cuando nobles y burgueses comenzaron a distinguirse en juegos como el Torneo donde sólo podían participar caballeros, los niños y los villanos quedaron fuera. Puede verse que al mismo tiempo cesó la antigua comunidad de juegos entre niños y adultos, y entre el pueblo y la burguesía, lo que según Ariés (1973: 142) permite vislumbrar una relación entre la aparición del sentimiento de la infancia y del sentimiento de clase. Otro ejemplo lo encontramos en la vestimenta, pues antiguamente cuando el niño dejaba de usar los pañales, se le vestía como a los demás hombres y mujeres de su condición, pero a partir del siglo XVII, el niño noble y burgués, comenzó a usar un traje exclusivo que lo distinguía de los adultos. Por su parte, los niños campesinos y artesanos continuaron conservando el antiguo género de vida que no los separaba de los adultos ni por el juego, el vestido ó el trabajo. La aparición de la infancia modificó las formas de criar a los niños burgueses, pues antes, criarlos era hacerlos partícipes de la vida cotidiana de la comunidad, pero a partir de la “distinción”, criarlos se volvió un asunto privado. Esos niños dejaron de ser hijos de la colectividad para convertirse en propiedad de sus padres.

Moralización del infante inocente.
En los siglos XVI y XVII el sentimiento de la infancia se destacó por el mimoseo (Ariés, 1973: 180) en el que el niño se convirtió, por su ingenuidad y desparpajo, en una fuente de esparcimiento principalmente para las madres y nodrizas. Hasta el siglo XVI, los adultos se permitían frases licenciosas, acciones y situaciones escabrosas delante de los niños, que lo oían y veían todo. Esta indiferencia moral de la mayoría y la intolerancia de una élite educadora coexistieron durante mucho tiempo, pero durante los siglos XVII y XVIII, la iglesia junto a laicos partidarios del rigor y el orden, se esforzaron en civilizar las costumbres primitivas de una masa salvaje, dando paso a una renovación religiosa y moral que disciplinó a la sociedad aburguesada de los siglos XVIII y XIX. Su discurso moral impuso la noción de la inocencia infantil, permitiendo la aparición de un sentimiento nuevo hacia la infancia: el interés en preservar su moralidad y en educarlo.

El movimiento moralista prohibía poner en manos de los niños libros equívocos, fomentando por el contrario, la lectura de libros de urbanidad y de catecismo. Existía además, una literatura pedagógica para uso de los padres y educadores, escrita en los siglos XVI y XVII por moralistas y pedagogos, llena de observaciones psicológicas que se esforzaban en penetrar la mentalidad de los niños para adaptar a su nivel los métodos de educación, con la finalidad de desarrollar en ellos la razón aún frágil, que los convertiría en hombres razonables y cristianos. Tales pedagogías argumentaban que cada paso en la evolución del niño parecía depender del desarrollo de su razón, por lo que al niño se le consideró un ser razonable. Los estudios sobre el comportamiento sexual de los niños permitió a los confesores preservar a la infancia inocente del peligro del pecado, despertando en sus pequeños penitentes el sentimiento de culpabilidad moderno, que transformó al siglo XIX en una sociedad de

 

Continua...