La
formación del sentimiento de la infancia.
En la antigüedad no existía el sentimiento de la infancia,
es decir, una conciencia social que reconociera una personalidad.
Según Ariés (1973:63) en el arte de las civilizaciones
arcaicas y hasta finales del siglo XIII no aparecen niños,
sino hombres de tamaño reducido. Ello sugiere que en la vida
cotidiana la infancia era una época que pasaba rápidamente
y de la que se perdía enseguida el recuerdo. La crianza no
requería entonces espacios específicos como guarderías,
clases particulares, consultorios médicos, centros de estimulación
temprana ni de diversión exclusivos para niños, sino
que se daba en los espacios de convivencia comunitaria, donde los
niños eran aprendices de los adultos en las tareas cotidianas.
En los siglos XI y XII a nadie se le ocurría conservar la
imagen de un niño, tanto si se había convertido en
hombre, como si se había muerto en la infancia, pues en esas
épocas de fortísima mortandad infantil, se engendraban
muchos niños para conservar sólo alguno. Este sentimiento
de indiferencia hacia una infancia frágil, concuerda con
la insensibilidad de la sociedad griega que tiraba al desfiladero
a los niños con problemas físicos; las romana y china
que abandonaban a los niños sin sentimiento de dolor por
su muerte; o la persa en la que los padres varones no tenían
relación con sus hijos hasta cumplidos los cinco años,
pues preferían no conocerlos para no encariñarse en
caso de que murieran a temprana edad (Delgado, 1998: 25). Opuestamente
en tiempo y espacio, existe hoy en México un programa de
la Secretaria de Educación Pública llamado Educación
Inicial cuyo lema reza Los cuatro primeros años hacen la
vida, mostrando el colmo de la sensibilidad social del siglo XX
hacia la infancia.
A partir del siglo XIV apareció un sentimiento de la infancia
en la conciencia colectiva, atestiguado por la proliferación
de los temas de la Maternidad de la Virgen y de la Santa Infancia
en el mundo pictórico europeo, que dieron pie a que en los
siglos XV y XVI se desprendiera una iconografía laica de
la infancia. En éste último siglo, con la aparición
del retrato del niño -y en especial del niño muerto-,
los infantes salieron del anonimato en que les mantenía su
frágil probabilidad de sobrevivir. Aunque la mortalidad infantil
se mantuvo elevada desde el siglo XIII al XVII, apareció
en esta época una sensibilidad hacia ellos, como si la conciencia
colectiva hubiese descubierto que el alma del niño también
era inmortal. Lo cual permite relacionar la aparición de
la infancia con la cruzada civilizadora que en Europa se propuso
cristianizar las costumbres cotidianas.
Dado que para los europeos, los indígenas de las tierras
americanas colonizadas no tenían un alma inmortal como lo
atestiguan las afirmaciones del cronista imperial Juan Ginés
de Sepúlveda (1550)-, los cristianos conquistadores no dejaban
niños, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban
e hacían pedazos (sic) (…) tomaban las criaturas de
las tetas de las madres por las piernas, y daban de cabeza con ellas
en las peñas (…) otras criaturas metían a espada
con las madres juntamente (De las Casas, 1552: 22-23). Por su parte,
en la estructura familiar de las culturas mesoamericanas, los niños
ocupaban un lugar importante y eran cuidados por el grupo familiar.
Los aztecas, mayas, toltecas, y chichimecas los nominaban piedra
preciosa, colibrí, piedra de jade, flor pequeñita,
manifestando así el aprecio que sentían por ellos.
La Conquista trajo consigo una gran cantidad de niños huérfanos
que durante la Colonia fueron educados y cuidados en las Casas de
Expósitos, con fines de conversión religiosa.
Mientras tanto en Europa, la formación de esa sensibilidad
hacia los niños coincidió
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