ENERO- JUNIO DE 2005
 
   
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La formación del sentimiento de la infancia.
En la antigüedad no existía el sentimiento de la infancia, es decir, una conciencia social que reconociera una personalidad. Según Ariés (1973:63) en el arte de las civilizaciones arcaicas y hasta finales del siglo XIII no aparecen niños, sino hombres de tamaño reducido. Ello sugiere que en la vida cotidiana la infancia era una época que pasaba rápidamente y de la que se perdía enseguida el recuerdo. La crianza no requería entonces espacios específicos como guarderías, clases particulares, consultorios médicos, centros de estimulación temprana ni de diversión exclusivos para niños, sino que se daba en los espacios de convivencia comunitaria, donde los niños eran aprendices de los adultos en las tareas cotidianas.

En los siglos XI y XII a nadie se le ocurría conservar la imagen de un niño, tanto si se había convertido en hombre, como si se había muerto en la infancia, pues en esas épocas de fortísima mortandad infantil, se engendraban muchos niños para conservar sólo alguno. Este sentimiento de indiferencia hacia una infancia frágil, concuerda con la insensibilidad de la sociedad griega que tiraba al desfiladero a los niños con problemas físicos; las romana y china que abandonaban a los niños sin sentimiento de dolor por su muerte; o la persa en la que los padres varones no tenían relación con sus hijos hasta cumplidos los cinco años, pues preferían no conocerlos para no encariñarse en caso de que murieran a temprana edad (Delgado, 1998: 25). Opuestamente en tiempo y espacio, existe hoy en México un programa de la Secretaria de Educación Pública llamado Educación Inicial cuyo lema reza Los cuatro primeros años hacen la vida, mostrando el colmo de la sensibilidad social del siglo XX hacia la infancia.

A partir del siglo XIV apareció un sentimiento de la infancia en la conciencia colectiva, atestiguado por la proliferación de los temas de la Maternidad de la Virgen y de la Santa Infancia en el mundo pictórico europeo, que dieron pie a que en los siglos XV y XVI se desprendiera una iconografía laica de la infancia. En éste último siglo, con la aparición del retrato del niño -y en especial del niño muerto-, los infantes salieron del anonimato en que les mantenía su frágil probabilidad de sobrevivir. Aunque la mortalidad infantil se mantuvo elevada desde el siglo XIII al XVII, apareció en esta época una sensibilidad hacia ellos, como si la conciencia colectiva hubiese descubierto que el alma del niño también era inmortal. Lo cual permite relacionar la aparición de la infancia con la cruzada civilizadora que en Europa se propuso cristianizar las costumbres cotidianas.

Dado que para los europeos, los indígenas de las tierras americanas colonizadas no tenían un alma inmortal como lo atestiguan las afirmaciones del cronista imperial Juan Ginés de Sepúlveda (1550)-, los cristianos conquistadores no dejaban niños, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban e hacían pedazos (sic) (…) tomaban las criaturas de las tetas de las madres por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas (…) otras criaturas metían a espada con las madres juntamente (De las Casas, 1552: 22-23). Por su parte, en la estructura familiar de las culturas mesoamericanas, los niños ocupaban un lugar importante y eran cuidados por el grupo familiar. Los aztecas, mayas, toltecas, y chichimecas los nominaban piedra preciosa, colibrí, piedra de jade, flor pequeñita, manifestando así el aprecio que sentían por ellos. La Conquista trajo consigo una gran cantidad de niños huérfanos que durante la Colonia fueron educados y cuidados en las Casas de Expósitos, con fines de conversión religiosa.
Mientras tanto en Europa, la formación de esa sensibilidad hacia los niños coincidió


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