Se podría decir que cuando uno escucha a la locura, se está advertido de encontrarse frente a una situación de catástrofe, tanto en el sentido de la situación de desastre que está-ya dada o que se encuentra en vías de producirse, como el estar frente a un real ante el cual no se pueden poner a circular las palabras, pues la palabra ha quedado detenida.

Por ejemplo, cuando una catástrofe social política rompe el lazo social y así impide su inscripción en términos de recuerdo, sabemos que vamos a ver surgir la locura alrededor de ese campo. Ya no se puede cuadricular este campo con un antes y un después, un adentro y un afuera; se trata entonces de crear instrumentos para abordar esta ruptura.

Respecto a las particularidades de la intervención, pues es justamente eso, una intervención particular, singular, que rompe como sabemos con la idea de un rol establecido, intervención destinada a rescatar una de las enseñanzas de Lacan en la que tanto insistió y que es, el dejarse sorprender, pues sabemos también que no hay lugar para la sorpresa cuando la razón y la explicación causal se impone. Si no hay lugar para la sorpresa no hay posibilidad de encuentro con lo real, que justamente se distingue por ser un encuentro matizado por el azar, de ahí que en las intervenciones a realizar, tanto en la dirección de la cura, como en ocasiones en el ejercicio de la función del acompañante terapéutico, sean intervenciones, tomadas por el azar y la creatividad que implica el permitirse y querer asumir el ser soporte de la transferencia, que redunde en una presencia que pueda permitirle cada vez más al enfermo el empezar a discriminar que puede haber alguien con quien puede expresarse y ya no sólo mostrar lo que no puede decir, sino también lograr acercarse a poder empezar a nombrar lo innombrable, a poder narrar historias que no se pueden contar y que no cualquiera puede escuchar, sobre todo si quien escucha no se despoja de la razón y del querer establecer conexiones causa-efecto. Pues también sabemos que si bien la historia es importante, no basta para poder dar cuenta de lo que ha sucedido y está sucediendo, pues como llega a comentar Davoine, no se trata de excavar en un campo arqueológico, sino de construir un real que no existe en el lenguaje. Pues señala que ante una tragedia las palabras no tienen sentido, cuando la garantía del lenguaje cae, y las palabras deben ponerse nuevamente en movimiento, es como si cada palabra llevara su propia garantía.

Por ello señalo entonces que no basta la historia, en el sentido de reconstrucción de acontecimientos, pues el espacio de encuentro que se abre, es justamente ello, un encuentro con lo real imposible de ser nombrado, pero para el que ahora hay lugar para poder iniciar una rehistorización. Son palabras que vuelven a ponerse en movimiento, por ello es una tontería querer imponerle la teoría a esas palabras.

En estas intervenciones matizadas por el azar y la creatividad habrá que tener cuidado del carácter intrusivo e invasivo que puede tener el querer introducirse en los dominios de la locura. Dominio porque la persona es dueña de su saber con respecto a su locura. Uno quiere introducirse ahí, y saber, pero aquél que posee ese saber no siempre está dispuesto a compartirlo. Son momentos realmente afortunados cuando logramos que se nos permita acercarnos a ese saber y poder llegar a ser un interlocutor de ese discurso. Los familiares quieren comprender en lo inmediato qué esta pasando, cuál es el significado de cada acto que produce el que llaman su enfermo, qué significa el reclamo o las preguntas que les son dirigidas, por qué ya no los reconoce, o porqué está seguro que algunos de ellos quieren perjudicarlo. El colmo de la tontería sería que uno pretendiese lo mismo, y querer en la inmediatez tener respuestas para todo, cayendo justamente en la intrusión, sin dar la posibilidad para el carácter de encuentro, que es la única posibilidad de empezar a bordear lo real ahí implicado.

Por ello mis primeras intervenciones en un contexto paranoico, es lograr que en los más involucrados se pueda atenuar o erradicar su función vigilante, que generalmente no cesa ni de día ni de noche. Al lograr su confianza e interrogarlos sobre su sentir y permitirles dirigir su atención y su cuidado a otras actividades, (porque es como si necesitaran el permiso de una autoridad), manifiestan además sentirse tan descansados, que entonces vemos como ese descanso que logran tener, repercute siempre favorablemente en aquél que ha hecho pública su locura.

Por ello decía que siempre hay que escuchar a quien formula la demanda para un tercero, pues ese puede advenir analizante. En muchas ocasiones he escuchado palabras de agradecimiento de aquél que formula la demanda, diciendo que le sorprendió que le preguntaran cómo se sentía él ante lo que está ocurriendo, pues además, generalmente se pregunta sólo sobre el enfermo y se realizan esos historiales clínicos extensos, en donde se quiere localizar el antecedente clave, pero que son formulados muchas veces para no hablar ni con el enfermo, ni con la familia. De ahí la importancia de escuchar no sólo al enfermo sino también a aquél o aquellos que lo acompañan y a los que forman parte de su entorno inmediato. Y a propósito de aquellos que lo acompañan, se me ocurre, como una orquesta con su solista o sus solistas, así como el conjunto de la misma interpretando en una sola tonalidad o en múltiples tonalidades. Pues como planteó François Dachet en un Seminario titulado:¿Y si Freud se hubiera encontrado con Arnold Shoenberg..?,(seminario organizado por la Escuela lacaniana de psicoanálisis en el 2002), que no hay psicoanálisis sin acto analítico, debiendo tener el analista, sensibilidad artística para escuchar la singularidad sonora de la palabra que se produce en el discurso y crear intervenciones para ese momento.

 

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